Una ventana abierta. Daba hacia un patio oscuro por la enorme vegetación. Los pájaros se paseaban entre las ramas de un gran magnolio. La brisa comenzó a penetrar desde el más allá a través de los árboles hasta entrar en la casa. Cerré la ventana. Sentí el frío por un instante. Era el frío que venía a quedarse. Puse el cerrojo. Junté las cortinas. Cuánto se extraña el canto de los pájaros.
Relatos
Joaquín Pérez Arancibia / Sobre la levedad
LiteraturaNotas sobre Relatos menores, de Aldo Bombardiere Castro, Editorial Luna de Sangre, Santiago, 2017.
Sin embargo, no lo hicimos.
Para nosotros no era necesario eso;
se daba por entendido. (13)
Y mientras te ibas a atender otra mesa nos levantamos
junto a papá al mismo tiempo que me hundía en lo más secreto
de mis vergüenzas. (25)
Pero te sorprende más aún que te veas a ti mismo
pudiendo ver allí un trozo de carne que se pudre paulatinamiente.
[…]
Sientes un horror fascinante de que toda la existencia sea cierta
pudiendo existir la nada en su lugar. (41)
1. Relatos menores son hebras de una significativa miseria interna, en donde cada sujeto retratado, por algún motivo de misterioso origen, retiene en sí una gran silbatina de opacas emociones, que obligan a quedarse donde cada uno está sin ejercer mayor presión al destino cada vez más advenedizo. Son sujetos de horizontes escuetos, planos y sin mayor relieve, de corta distancia, en donde a lo mucho puede verse un angosto sendero que lleva a un estado de mejor calidad al actual.
Rodrigo Uribe Otaíza / Cartografías V. La abeja y la araña
Filosofía, Literatura, PolíticaEn un taller por Barrio Italia, debajo de las andanzas reinan las arañas. Pululan modestas como palabras enjutas. De achacadas piernas mientras duermen la siesta. Entre letras y minucias, durante pequeños placeres cotidianos, cercenan la información que en sus redes caen. Tensan sus telas, dejando una invisible red de historias andinas. Festín nocturno a la hora en que reposan los laureles. Portadoras del sello de un reino de soberanía en retirada. Apenas cuando el castaño oscurece. En las eras donde el canelo, incendiario, retorna a su ser. Esperan atentas y dialogantes a que se levante el alba. Y cuando llega, en medio del café matutino en llamas, reinan también las arañas gracias al discurso marcado por la tara de las ideas. Con un grotesco olor a polilla quemada que abandona la sala, las gobernantes de ocho patas entran en el juzgado de las acequias para ensoñar con ver correr otra vez a los pequeños niños esclavos por sus pasadizos. Tras el comando de la legión pastoral, una ilusión hace de la red una entelequia de concertaciones, uniones, pueblos y naciones. Las hordas de informantes chocan con sus redes; pobre comunicación de molares sin caries y anestesias sin dolores. La horda de comunicadores emanan de sus redes; ricas palabras sin sangre en la boca ni sosiego disimulo. Ahí, entre la vaporizada estética de monjes capuchinos perdidos en el desierto de Atacama, nuestro mapa pregunta ¿cómo son estas telarañas? La caligrafía atestada de interrupciones, de jóvenes estetas sin obra, de artesanos sin trabajo, de trabajadores cesantes, interroga contra su torturador ¿Bajo qué modo es el ser de la red que articula nuestra vida en esta perpendicular era de leyes sin monadas? Y tomando a la complicación como principio, ¿Cómo hace la clandestina vida para encontrar una simpatía negruzca con sus sistemas arácnidos?