Kast en las cárceles. O, mejor dicho: en once de diecisiete. Los números aquí no pesan. 623 presos, emanan de la información del Servel. Aunque cabe apostillar. Aunque siempre cabe advertirlo, «sin pena aflictiva» —esos que acceden al local, que pueden estar donde se vota— no son los encarcelados sino una especie de ellos, una subespecie, diremos, ya domesticada por el sistema. ¿Muestra estadística que goza de representatividad? No, nula. ¿Entonces? Entonces nada y algo a la vez por escrutar. El espectáculo mediático funciona así: toma lo insignificante y lo vuelve visible. Y al hacerlo lo vuelve potente, aunque sea en su insignificancia. Quizás, aunque por ver, habría que saber cuántos presos de condena no aflictiva hay en Chile. Pero eso el Estado no lo dice, o no lo sabría. O prefiere no saberlo. Y aunque cabe apostillar múltiples precisiones (siempre las hay, siempre habrá), vamos a obviar, como se debe, los sesgos de la industria mediática, sus intereses y la pereza cognitiva del gremio.
Cárcel
Alejandra Castillo / Me creas una ventana. Una nota sobre Marciano de Nona Fernández
Filosofía, Literatura, Política“En mi celda de Brasil aprendí a jugar ajedrez mentalmente. Cerraba los ojos y dibujaba un tablero imaginario en mi cabeza. Un gran cuadrado trazado por ángulos rectos, que a la vez se conformaba de sesenta y cuatro cuadrados pequeños que hospedarían a una pieza, también imaginaria, en algún momento del juego”. (Nona Fernández, Marciano)
Contar una historia como quien vuelve a una partida de ajedrez que ha quedado congelada en el tiempo. Repasar los movimientos de memoria, una y otra vez, avanzar por las mismas casillas advirtiendo salidas donde se pensaba un fin de camino. O, quizás, contar una historia solo para trazar cuatro ángulos rectos que en su unión abren una ventana para mirar el mar y desde ese lugar ver a Mauricio Hernández Norambuena, el comandante Ramiro del Frente Patriótico Manuel Rodríguez. Nona Fernández crea esa ventana en su novela Marciano1.
Gerardo Muñoz / Factoría y correccional: una crónica desde Newark
Filosofía, PolíticaVisita al correccional Daleney Hall, en Newark, donde la semana pasada se fugaron cuatro detenidos por ICE en medio de una confusión nocturna, entre zarandeos y gritos. Hoy algunas almas permanecían en la entrada a la espera de otros, pero tal vez ya los reclusos habían sido desplazados a otro recinto. O al menos eso se comunicó a horas tempranas de la mañana. Como ya sucedió en el 2020, es obvio que la gran marcha organizada en diversas ciudades puntuales – con los hospicios y los dólares de la heredera de Walmart – es otro instrumento contrainsurgente para ralentizar los focos dónde se ha coagulado, a lo largo de estos días, la energía del disturbio ampliado, en el que se entrecruzan la destrucción de la mercancía y el desplome de los salarios. Daleney Hall es ciertamente un ominoso lugar: el gris del día lluvioso se confundía con el arabesco del alambre de púas sobre las rejas. Las cámaras de seguridad multiplican los ojos ad infinitum, y es algo que sentimos de inmediato. Como tantos otros correccionales administrados por grupos privados, Delaney Hall es una entidad privada a manos del GEO Group, cuyas ganancias netas este año fiscal superan los 2 billones de dólares. En un momento de crecientes excedentes poblaciones, en medio de la crisis demográfica y del agotamiento del crecimiento laboral, la prisión es un reservorio ineludible para sostener el patrón de acumulación en picada. No otra cosa quedó clara en la disputa entre los federales y el alcalde Baraka hace unas semanas. Las disputas por la representación en Estados Unidos casi siempre son pugnas por cómo organizar, acoplar, y distribuir la tasa de ganancia en las diversas capas institucionales. Y poco más.
