Decir “no” nada tiene que ver con negar algo, un “x”, de manera tajante y absoluta; tan tajante que lo aniquiles. Lejos de la connotación destructiva o limitante que habitualmente le atribuimos a la negación, el acto de negar se vincula, previamente a sí mismo, con una positividad material que da lugar a la consecuente negación: aquello que será negado preexiste (y también subsistirá) al “no” que lo excluye. La negación, por ende, reside y detona en el reino de lo a posteriori: siempre constituye una reacción. Por ende, el “no” de la negación se distancia esencialmente de lo inconcebible, de lo impensable y de lo inefable. La negación, por lo mismo, no sólo cuenta con un estatuto derivado, secundario y reactivo; también, su naturaleza difiere sustancialmente del nihilismo. Sólo somos capaces de hablar de “x” en la medida que a ésta la dotamos de un mínimo grado de existencia, exista contra la cual la negación encuentra su propio fracaso: la misma prexistencia y persistencia existencial de lo negado por la negación trasluce el sentido pre-originario de todo lo existente.
Dios
Giorgio Agamben / Solo un Dios puede salvarnos
FilosofíaLa brusca afirmación de Heidegger en la entrevista al «Spiegel» de 1976: «Solo un Dios puede salvarnos» siempre ha suscitado perplejidad. Para entenderla, es necesario, ante todo, situarla en su contexto. Heidegger acaba de hablar del dominio planetario de la técnica, que nada parece capaz de gobernar. La filosofía y otras potencias espirituales —la poesía, la religión, las artes, la política— han perdido la capacidad de conmover o, en cualquier caso, de orientar la vida de los pueblos de Occidente. De ahí el amargo diagnóstico de que estas «no pueden producir ningún cambio inmediato en el estado actual del mundo» y la inevitable consecuencia de que «solo un Dios puede salvarnos». Que aquí no se trata en absoluto de una profecía milenarista se confirma inmediatamente después con la precisión de que debemos prepararnos no solo «para la aparición de un Dios», sino también y más bien «para la ausencia de un Dios en su ocaso, para el hecho de que nos hundimos frente al Dios ausente».
Giorgio Agamben / La verdad y el nombre de Dios
Filosofía, PolíticaDesde hace casi un siglo, los filósofos hablan de la muerte de Dios y, como suele ocurrir, esta verdad parece hoy aceptada tácita y casi inconscientemente por el hombre común, sin que, no obstante, se midan y comprendan sus consecuencias. Una de ellas -y sin duda no la menos relevante- es que Dios -o, mejor dicho, su nombre- fue la primera y última garantía del vínculo entre el lenguaje y el mundo, entre las palabras y las cosas. De ahí la importancia decisiva en nuestra cultura del argumento ontológico, que unía insolublemente a Dios y al lenguaje, y del juramento pronunciado en nombre de Dios, que nos obligaba a responder de la transgresión del vínculo entre nuestras palabras y las cosas.
Quentin Meillassoux: Duelo por venir, dios por venir
FilosofíaTraducción: Felipe Kong Aránguiz
…cada hombre posee dos cosas: una vida y un fantasma.
Edward Tylor,
Religion in primitive culture.
El dilema espectral
¿Qué es un espectro? un muerto cuyo duelo no hemos hecho, que nos acosa, nos molesta, rehusándose a pasar a la otra orilla: allí donde los difuntos nos acompañan lo bastante lejos para que podamos vivir nuestra propia vida sin olvidarlos, pero también sin morir su propia muerte; sin ser el prisionero repetido de sus últimos instantes. ¿Qué es, para un espectro, ser un espectro esencial, un espectro por excelencia? Es un muerto cuya muerte fue de tal modo que no podemos hacer un duelo de ella.
