Mauro Salazar J. / Portalianismo ludópata. Moulian y el sociologismo Constitucional

Filosofía, Política

A la comunidad de pares, a la ralea de la indexación.

Los hitos fundantes de un tiempo diagramado desde el pinochetismo secularizado fueron develados mediante un texto epocal, Chile Actual, anatomía de un mito, donde Tomas Móulian (1997) recusó el colofón gatopardista de una transición epocal. El expediente del ensayo abjuró del afán disciplinario-positivista y aún nos provee de nuevas “posibilidades hermenéuticas” ante los inciertos alcances de un eventual Estado social de derecho (“proliferación de antagonismos”) en plena reconfiguración del armatoste neoliberal. Más allá de su solvencia analítica, Móulian impugnaba políticamente las “economías del conocimiento”, activando la furia del experto dislocado, develando los “objetos psiquiátricos” de la biblioteca de la transición (memorias silenciadas, subjetividades crediticias, ciudadanías pendientes, consumos adúlteros, realismos sesgados, consensos elitarios) y se hizo parte de una escena escritural caracterizada por cultivar una hermenéutica antagónica y por extenuar un ejercicio crítico-ontológico en las fronteras del ethos moderno. A la hora de “antropologizar” los conceptos cabría reconocer aquí una especie de “desasosiego existencial” representado desde una hermenéutica política contra el optimismo visual de la modernización acelerada y la masificación populista del acceso. Chile Actual fue más allá de nuestros pastores por cuanto fue capaz de diagramar las fuerzas en pugna del movimiento 2011 y la instauración del reclamo social.

Bajo esta atmósfera cultural que abrazó el “boom” de las famosas cartas públicas de mediados de los años 90’ (Jocelyn-Holt, Armando Uribe, Marco Antonio de la Parra) nos “afiliamos” de distintas maneras con algunas reflexiones emblemáticas del inventario post-autoritario. Aludimos a intervenciones ubicadas en el género ensayístico y su vocación de márgenes, como el caso de Residuos y Metáforas: ensayos sobre crítica cultural, de Nelly Richard (1998), e inclusive -en sus antípodas- la oficialidad “pos-transitológica” (de vocación corporativista-gestional), nos referimos a La Caja de Pandora. El retorno de la transición chilena (Joignant et al, 1999) como pivote del rectorado positivista (benchmarkingoutsourcingaccountability) que auspiciaba y aún suscribe los “pactos modernizantes” del institucionalismo hasta agotar el cumulo epistémico de la “sociología crítica”. Cabe admitir las inconmensurables diferencias discursivas y la heterogeneidad de “posicionamientos políticos” entre escritores del realismo y “escrituras discrepantes”. Tales contrastes constituían referencias obligadas dentro de una comunidad intelectual que, mediante textualidades de la catarsis, los bordes o la colonización sociologicista (empleados cognitivos del mainstream)fueron capaces de re-interpretar su destierro institucional o reinscripción estatal en la transición chilena, proceso de un innegable costo autobiográfico- bajo la intensificación neoliberal de casi dos decenios (1990-2011).

En el telón de fondo, el expediente postransicional operaba en el marco de una restauración de la “crítica disciplinada” contra el predominante “autoritarismo hacendal” que padeció la sociedad chilena y que se traducía en “recusar” la insólita connivencia entre un régimen de focalizaciones, consumidores activos y sectorialización del conflicto (2011) al interior del órgano institucional del pinochetismo. Los puntos de inflexión transitaban en torno a la des-estatización del cuerpo social, la expansión crediticia, el vaciamiento de la comunicacional estatal, la contención ante un posible retorno a un modelo político tríadico (Tironi y Aguero, 1991). El déficit de legitimidad de la emergente institucionalidad democrática y los procesos de individuación bajo una apabullante penetración del acceso como nueva matriz cultural han intensificado un presentismo con igual o mayor fuerza que los años del Chile Actual, hasta hacer del mercado el límite de nuestra imaginación política.

Bajo este “estado del arte” tuvo lugar una cabalística querella querella generacional sobre el “paradero” final de la postransición. Se trataba de una triangulación de evidentes ribetes expiaciones y recovecos del transformismo y su vocación de márgenes (1997), enclaves autoritarios y demócratas insatisfechos (Garretón, 1995) y un análisis de inusitado vanguardismo tecnológico que nos daba el Bienvenidos a la modernidad (Brunner, 1995) en clave de tercera vía. Dentro de los antagonismos que cada tanto reverberan en el mapa político, también tuvo lugar la “abortada” discusión –entre autocomplacientes y autoflagelantes- que a fines de la década de los años 90’ prefiguraba dos modos “activos” de nuestra “oligarquía tecnocrática” para enfrentar el diseño transicional y sus estrategias de modernización. En el campo de los consensos corporativos, la sociología y la politología, la famosa “literatura panoptical del malaise”, cuyos adjetivos buscaban retratar de una manera amplia y fecunda este proceso, transición incompleta, pactada o tutelada– demostraban institucionalmente -elitariamente- la deuda democrática en connivencia con las “economías del conocimiento” -capitalismo académico y provincianismo epistemológico- en el campo de las ciencias sociales.

Lamentablemente, tal desasosiego y el cúmulo de dudas ambientales que, en la época se dejaron “sentir” contra la ascendente “tecnología de la focalización”, no han terminado de blindar nuestro “imaginario hacendal” mediante un conjunto de focalizaciones que prescriben un nuevo diagrama entre Estado, movimientos sociales, feminismos, disidencias y “programas de ciudadanía”, bajo una nueva axiomática neoliberal en sedimentación (2022) a meses del plebiscito de salida. Es evidente que ello ha consagrado la soberanía del capital y el acceso socio-simbólico devino un campo galvanizado por la figura del emprendedor (el “héroe de la informalidad”), codificado por el lenguaje del “sociologicismo”.

En el Chile postransicional, el edificio de la modernización se expresó inequívocamente como “prolongación” de la modernización autoritaria impuesta bajo el desprecio fiscal a mediados de la década de los 70’ y, posteriormente, como expansión de la privatización-liberalización (democrática) a comienzos de la década de los 90’ -masificación populista de bienes y servicios- La prevalente focalización de lo público (angélico), la neutralización de la demanda popular, la pacificación de los litigios por la vía de los formatos hipermediáticos, y un sistema de transferencias asistenciales, se tradujeron en prefigurar una subjetividad “clientelística” que terminó por auscultar una tumulto de antagonismos mediante un activo programa crediticio.

Más allá de las transformaciones de facto que suelen explicar todo el ideario de la modernización oligarquizante (1990-2011), (legitimidad hegemónica), ello no sólo operaba por la vía del mentado shock anti-estatal, sino merced a una focalización de la subjetividad crediticia –“verdadera episteme de la transición epocal”- diseñada mediante un mecanismo de sectorialización que “presuponía” una nueva base de estratificación socio-cultural. El fenómeno de la guettización expuesto en algunos trabajos del propio Eugenio Tironi ha consolidado una nueva matriz hobbesiana, cuya prescindencia de los patrones normativos nos obliga a “descifrar” las enigmáticas “coordenadas” bajo las cuales se ha instaurado un agresivo proceso de individuación -la anomia anudada al control de cuerpos- que eclosionó con la revuelta derogante (2019). Bajo esta perspectiva no es casual identificar la agresiva colonización gestional que hasta nuestros días ha galvanizado nuestro alicaído foro público, pese al vértigo de las demandas populares y el anunciado nuevo ciclo. Ergo, significantes hegemónicos del mainstream, como eficiencia, orden, seguridad, consenso, gobernabilidad y paz social han develado sus relaciones de solidaridad y actualmente heredan el colonianismo de un sentido común neo-conservador (de especial penetración en un particular segmento medio-aspiracional de difícil definición normativa) cuya expresión factual más evidente tuvo lugar en las elecciones presidenciales de 2010 y 2017.

Lo anterior nos obliga a comentar –sumariamente- otros hitos que guardan una relación alterna, pero no menos importante con estas materias. La mentada renovación socialista –proceso que alcanzó sus notas de nobleza a comienzos de la década de los 80’- hipotecó sus esfuerzos bajo la relación entre democracia y socialismo, subestimando las implicancias segregadoras de la “episteme gerencial”. Ello hizo más opaco el devenir de las izquierdas, por cuanto la fuerte influencia que ejerció en los sectores de izquierda el dispositivo del consenso -Portalianismo, al decir de Karmy Bolton- terminó capitulando ante la aceleración de los mercados (capitalismo tardío) y sus plataformas. Por ello no es casual que cuando revisitamos una obra de titulo extenso, nos referimos a La conflictiva y nunca acabada construcción del orden deseado, Norbert Lechner (1984) le replicaba a Moulian la necesidad de “aprender a respetar los procedimientos” como única formar de contrarrestar la incomensurabilidad de los disensos constitutivos de la acción política (homogénea). He aquí la sala de parto de una política de acuerdos. A través de estos razonamientos y mediante singulares intersticios se abría paso la idea del consenso como el dispositivo que después abrazaron las elites. Resulta largo de explicar cómo esta noción que pretendía friccionar pensamiento histórico con la pasión democrática, una década más tarde entró en un estado de deriva. A diferencia de su condición original, el consenso (últimos 30 años) ha sido inventariado por tecnólogos que se han servido de ella para administrar todo tipo de rectorados monolíticos cuando se trata de ahuyentar (o tomar resguardos) de los despliegues críticos, insurgentes, o bien, las demandas que puedan transgredir el régimen de focalizaciones.

Bajo este atribulado estado de la cuestión, la llamada “biblioteca de la post-transición” se ubicaba en un imaginario incomodo, pero todavía optimista en materia de indicadores, por cuanto admitía las dificultades de la democratización bajo una concepción teleológica de los tiempos políticos (Dictadura-transición-consolidación democrática). Ello establece una diferencia fundamental con la actual tecnificación de las ciencias sociales cuya “melancolía” se explica por una “mimesis” con el discurso de la modernización como nueva filosofía de la historia del capital. Pese a la desmasificación de la demanda desplegada el 2019, a la potencia de cuerpos, territorios y nuevas subjetividades políticas, aún reverbera y se agudiza la monserga “tecnicista” (2022) promovida desde un hegemónico establishment de tecnnopols de impronta filo-progresista (PS) que dicen cultivar un programa transformador, al tiempo que invocan la soberanía de la técnica, despolitizando el campo de la revuelta y cincelando el librecambismo neoportaliano. Los intelectuales del orden crítico se han sumado a tal empresa con un tono moralizante ante los desbordes (pulsiones) de una revuelta juvenil (Peña, 2020). En suma, asistimos a una connivencia entre la innegable intensidad de la protesta social (2006, 2011 y esencialmente 2019) y un renovado laissez-faire de la “oligarquía tecnocrática” en el marco del constitucionalismo latinoamericano que, pese a su vocación de poder, porta las esquirlas de la revuelta (2019), a modo de un duopolio enlutado que debe transitar a una versión activa del Estado subsidiario para salvaguardar el bronce de la modernización.

Durante el tiempo postransicional que “aún” nos asedia –“transición epocal”- se puede advertir un “tráfico conceptual y metodológico” entre actores políticos y las maquinas reflexivas de la transición que se encargan de reprogramar los “sintagmas del orden” cediendo a la legitimidad gestional. Frente a la mordaz crítica de Moulian la clase política invertía en reflexiones, de corte confesional, por donde circulaban opúsculos del mundo socialista. En aquel tiempo, el presidente del Partido Socialista se amparaba en una ética de la responsabilidad para justificar el proceso político y nos decía que se trataba de Una transición de dos caras (1999), en una abierta replica a Moulian. Hoy el socialismo, en su variante de neoliberalismo corregido, se entronca y puede pervivir con la tesis de la subsidiariedad ordo-liberal, activa y re-legitimadora de los Think Tank de la derecha protestante (subsidiariedad activa en el caso del IES).

Pese a que hemos transitado del malestar institucional –dictum de las conductas- a una nueva trama de antagonismos y demandas populares, de innegables efectos en la elaboración de un nuevo pacto social. No es fácil auscultar los actuales formatos de visualización, demandas de la penetración iconográfica, los enjambres digitales, y las nuevas pulsiones simbólicas que han contribuido en transformar los procesos perceptivos y exorcizar el tiempo histórico. El nuevo sensorium de las redes ha dado lugar a una mutación antropológica que bien puede ser consignada bajo un estado patógeno de la subjetividad, que también en otros casos ha sido retratado como un hedonismo estetizante.

Actualmente enfrentamos, a un tipo de “inducción oligarquizante” (vocación del PS) que consagra la episteme gestional para un nuevo campo de demandas –y sus tradiciones cognitivas- que confía desenfadadamente en los indicadores de eficiencia (caso del quinto retiro)propios de una nueva gubernamanetalidad neoliberal (oligarquía ordo liberal), so pena del crucial plebiscito de salida que está en curso (2022) y que ciertamente ha fisurado la tradición de los halcones de chicago. La prevalente hegemonía managerial tiende a perpetuar la naturaleza omnímoda de los dispositivos securitarios para comprender el programa cultural que prima bajo las actuales formas diversificadas de “sociabilidad”. Hace más de dos décadas el PNUD acuñaba una terminología algo irónica, el consumidor ontológico, haciendo mención al existencialismo identitario cuya cosificación discurre mediante el fetichismo de las mercancías. Ello, inclusive, trasciende la idea de una experiencia cultural y podría operar como dispositivo de la bío-dominación, cuestión que ha resultado mucho más dramática que la premeditada des-politización de un régimen de facto que buscaba erradicar la “politicidad” mediante el desmantelamiento del imaginario angélico de lo público. Nuestra tesis aquí se relaciona con la ausencia de actores populares que fueron lanzados al reciclaje modernizador en postdictadura, socavando las posibilidades de un proyecto hegemónico, desplegando una dispersión de beligerancias erotizadas tras la revuelta (2019). Ello se expresó en los antagonismos inorgánicos de la revuelta y su vocación destituyente develó la imposibilidad de un sujeto político (2019), o bien, la vertebración peticionista.

En nuestra lectura, la adscripción a las tesis-marco del sociologicismo, paradero del historicismo y el positivismo, tomó palco ante la pregunta transformista, facilitando una explicación sobre el nuevo régimen de cosas a partir de la refundación operada bajo el miedo como afecto político de la gobernanza, a saber, un proceso que –como bien sabemos- no sólo se tradujo en la desarticulación de la institucionalidad estatal, sino también en la fragmentación de las multitudes y en la erradicación de toda “épica de los bordes”.

Bajo esta perspectiva, convendría revisar si la actual oleada modernizadora -Constitución mediante- tuvo sus condiciones de posibilidad en la falta de antagonismos vertebrados, y representación política por parte de actores cuyas demandas no trascendían el polo disidente (2019). De otro modo, ello nos obliga a replantearnos algunas convenciones de la izquierda managerial que tiende a naturalizar la pragma-portaliana que abraza las diversas desregulaciones impuestas por un régimen de facto que no sabemos si durante septiembre inaugura una esotérica hibridación entre Estado social de derecho y una nueva axiomática neoliberal. Todo indica que las elites están obligadas a gerenciar el pesimismo que ha enfangado a una multitud empoderada, colérica, inorgánica y librada a las autopistas del deseo.

Y ya lo sabemos: el mes de la patria puede parir un Portales ludópata

Mauro Salazar J. Doctorado en Comunicación (UFRO-UACh), Observatorio de Comunicación, Critica y Sociedad (OBCS), Universidad de la Frontera.

Imagen principal: Eduardo Cardozo, Bandera/Flag, 2018


Federico Ferrari / La imagen, el niño

Estética, Filosofía

Fuente: Antinomie.it

El niño baila, da vueltas, no puede parar. Por otro lado, ¿por qué parar si puedes seguir girando, si el movimiento se te sube a la cabeza? ¿Por qué debería detenerme, si ya no soy yo quien gira, sino que es la habitación, el mundo, el que gira a mi alrededor?

El niño sabe que es observado y ser visto da alegría, tanto como ser visto, tanto como darse a ver. La niña actúa, pero su actuación no tiene distancia: está toda dentro de su papel, toda fuera de sí misma, fuera del centro de gravedad de su identidad. Al igual que la imagen que no tiene interioridad pero es completamente visible, el bebé también está completamente expuesto en su superficie luminosa. El infante es el lugar de la imagen, es su apertura, es el instante en que la imagen infantil (sin palabras) se desprende del mundo para convertirse en otro, otro mundo, mundo al cuadrado.

Aldo Bombardiere Castro / Exactitud

Filosofía

– ¿Exactitud?

– Sí, exactamente: exactitud.

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Impulsada por un irrefrenable principio de exactitud, la implementación técnica de la modernidad logra materializar el mundo a propia imagen y semejanza del sujeto que lo habita. De ahí que no resulte extraño el impulso mismo: borrar la extrañeza, suprimir la conmoción, pronosticar y dominar cualquier evento que ponga en riesgo el programa de la técnica; en suma, consumar el propio deseo de dominio en aquello que, en un solo y mismo acto, está siendo conocido-dominado.

Alexis Donoso González / MOLINA, algunas propuestas de lectura.

Literatura, Poesía

Sobre Molina, de Guillermo Enrique Fernández, Editorial Desbordes, Santiago, 2022.

La lectura no coincide con el texto, sino con una de las múltiples posibilidades de lecturas que tiene un texto. Dicho esto, quisiera proponer algo que les puede parecer raro, esto es, la idea de una lectura general en la que se incluyen dos lecturas particulares. De este modo, la lectura general que he realizado de Molina, tiene que ver con una interpretación o extravío —a la manera de Riffaterre—, con una enajenación en el texto más bien personal, que trae como consecuencias estas otras dos ideas de lectura, las que por cierto, no deseo imponer, y con las que ustedes podrían después de leer el libro, estar o no de acuerdo.

Nancy Mounir / Nozhet El Nofous

Música

Viernes de música. En Ficción de la razón presentamos el disco de la compositora y multinstrumentista egipcia Nancy Mounir. Utilizando registros de música árabe de comienzos de siglo XX, Mounir interviene las piezas con instrumentación, produciendo un encuentro increíble entre generaciones. En lugar del cover, en que el pasado se actualiza en el homenaje, el disco se presenta como una conjunción fantasmal, sin tiempo definido, o mejor dicho, como tiempos sobrepuestos. Un disco increíble para este viernes. Disfrútenlo.

Guillermo Héctor López / Kafka y la comedia. Una lucha formal contra la opresión

Filosofía, Política

A partir del estudio del comportamiento de los protagonistas en la obra de Franz Kafka, intentaremos mostrar los mecanismos de control de las autoridades administrativas, proponiendo al mismo tiempo un antídoto contra la sumisión acrítica. Una observación detallada de la configuración de las situaciones diegéticas permitirá invertir las situaciones de sometimiento forzoso para ofrecer, en la voz de las figuras teóricamente secundarias, una comprensión crítica que posibilite la recuperación de la libertad individual.