Yo fui a una universidad de la Ivy League. Tengo un nivel super alto de educación. Conozco las palabras. Tengo las mejores palabras. —Donald J. Trump, 30 de diciembre de 2015 (South Carolina).
Y Glaucón dijo, haciéndose el chistoso, “Gracias al cielo que la hipérbole no puede ir más allá”. “La culpa es tuya”, le dije, “por obligarme a expresar mis pensamientos al respecto”. —Platón, República 509c.
Que tengo, que me valgo de, palabras “mejores”, uso comparativo –que no “las” mejores, superlativo–: esa es una afirmación que podríamos entender; quizás al día de hoy podríamos respaldar, en general, la idea de que es mejor tener a mano mejores palabras que otras menos buenas (aunque sería difícil correlacionar una educación, incluso o especialmente en una escuela de la Ivy League (el grupo de élite que componen las universidades estadounidenses de Harvard, Yale, Princeton, Brown, la Universidad de Pennsylvania, Columbia, Dartmouth y Cornell), con el “conocimiento” o “posesión” de esas mejores palabras). Algunas palabras son “mejores” que otras para ciertas cosas, y “mejores” en algunas manos que en otras respecto de esas u otras cosas —serían palabras que designan con mayor precisión; o que persuaden a cierta gente más fácilmente, o a más gente más rápidamente, que otras palabras; o que nos conmueven más; o que sirven mejor para recordar palabras que hemos amado o temido escuchar. “Mejor”, uso comparativo, nos recuerda la practicidad irreductible del lenguaje: el significado de una palabra es su uso; las palabras, ya para mejor o peor, performan. Con ellas un presidente puede inaugurar o tomar posesión, y con una palabra y una firma puede desechar una iniciativa de ley y poner fin a un sueño, o puede declarar la guerra, la victoria, la derrota. Un líder puede exhortar, inspirar, dimitir, condenar, y así. Alguien como Donald Trump puede provocar, insultar, degradar, reclutar, y puede hacerlo comparativamente mejor o peor que otros. Las palabras “mejores”, uso comparativo, son la materia de la política y las políticas de gestión pública: de la traducción. En el imaginario europeo, la disputa pública en torno a la “mejor” palabra (uso comparativo) hace que la ciudad, la polis, sea lo que es. (El famoso mercado de las ideas tiene un peculiar doble sentido: uso y locación coinciden. En el ágora, las palabras que expresan ideas entran en escena como si fueran mercancías o bienes. Pero precisamente el ágora es también ahí donde tú o yo, o Agatón y Alcibíades, podríamos ir a ver cuál de nuestras ideas persuaden mejor a más de nuestres conciudadanes).