a la comunidad de los amantes, a la unión inundada de escisión
Durante el petit siglo XX, la instauración del cuerpo político permitió proyectar escuelas abrazando una sociabilidad compartida bajo la arquitectura de la vieja República (1938-1973). Los Liceos públicos como espacios de reconocimiento y prácticas comulgantes, edificaron un “nosotros genealógico” que daba cuenta de la dimensión ontológica de la razón moderna y que aún porta la esperanza melancólica-utilitaria de las intervenciones locales. Una futuridad que abonó el fortalecimiento de perspectivas ciudadanas y horizontes cognitivos, ayudó a cimentar una disposición de comunicabilidad. Lo público, y las edades metafísicas del citoyen, fueron certezas onto-epistémicas que diagramaron la organización de una época. Aludimos al programa de una comunidad que se asentó sobre valores compartidos, a saber, la humanidad como noción universal impugnante y potencialmente inquisitiva. La “común humanidad”, y su alma bella, alcanzaría mediante el convencimiento racional la estructura comunicativa de la praxis deliberativa.
