Entre los horrores de la guerra que a menudo se olvidan está su supervivencia en tiempos de paz a través de sus transformaciones industriales. Es sabido –pero se olvida– que los alambres de púas con los que muchos aún cercan sus campos y propiedades provienen de las trincheras de la Primera Guerra Mundial y están manchados con la sangre de innumerables soldados muertos; es sabido –pero se olvida– que las lanchas neumáticas que llenan nuestras playas fueron inventadas para el desembarco de tropas en Normandía durante la Segunda Guerra Mundial; es sabido –pero se olvida– que los herbicidas utilizados en la agricultura derivan de aquellos empleados por los estadounidenses para deforestar Vietnam; y, como última consecuencia, y la peor de todas, las centrales nucleares con sus residuos indestructibles son la transformación “pacífica” de las bombas atómicas. Y conviene recordar, como comprendió Simone Weil, que la guerra externa es siempre también una guerra civil, que la política exterior es, en realidad, una política interna. Invirtiendo la fórmula de Clausewitz, hoy la política no es más que la continuación de la guerra por otros medios.
Paz
Gerardo Muñoz / Nunca hemos abandonado el campo
Filosofía, PolíticaInmediatamente después del fin de la Segunda Guerra Mundial, el historiador Emilio Roig de Leuchsenring publicó en La Habana un breve libro titulado Weyler en Cuba: un precursor de la barbarie fascista (Páginas, 1947) en el que establecía una conexión directa entre el fascismo político del siglo veinte y la sombra latente del general español Valeriano Weyler, quien comandó la intensa pacificación contra la insurrección independentista cubana de finales del siglo diecinueve. Es digno de elogio que Roig lograra, hacia el final del libro, capturar la realidad de lo que él llamó «weylerismo», una modalidad de guerra total e imperialista a gran escala contra poblaciones que no cesaron a pesar del derecho internacional y los diversos acuerdos de paz de los vencedores de la Segunda Guerra. Para Roig, la posicionalidad estructural de la política, incluso la de regímenes liberales-democráticos entre 1945 y 1947, seguía siendo maximalista, abarcando las condiciones de vida de las poblaciones y, por lo tanto, sirviendo de instrumento directo de la renta capitalista mediante la amplificación del campo de guerra. Lo que él denominó «weylerismo» o nueva barbarie fascista, supuso un salto cualitativo en la conducción bélica que entonces se materializaba en términos de control de la población en nombre del «orden»: “Todo lo que Weyler representó y practicó está vigente en la posguerra” [1].
Junípero Loyola / Una pacificación única, grande y hermosa
Filosofía, PolíticaNo existe un documento de cultura que no lo sea a la vez de la barbarie. (…). La tradición de los oprimidos nos enseña que el “estado de excepción” en que vivimos es la regla.(Walter Benjamin)1
La guerra (…) instituye nuevas estructuras que serán las primeras instituciones de la paz. (Frantz Fanon)2
Si quieres la paz, prepárate para la guerra. (Vegecio)3
El pasado 7 de julio de 2025, en medio de una visita oficial a la Casa Blanca, Benjamin Netanyahu daba a conocer públicamente que había propuesto a Donald Trump como candidato para el Premio Nobel de la Paz —días antes, el propio Trump había presionado al poder judicial israelí para que liberara a Netanyahu de sus casos de corrupción pendientes, considerando su calidad de “héroe de guerra” nacional.4 Sí, en Washington, Netanyahu candidateando a Trump para el Nobel de la Paz, así, tal cual. El mismo primer ministro de Israel que, semana tras semana, echa abajo a misilazo limpio edificios residenciales, hospitales y escuelas con gente adentro en Gaza, él mismo ahora candidatea al que se vende como el gran pacificador del mundo. Me parece que esto no es baladí, ni tampoco es sólo una morbosa escena de dos psicópatas en el poder tirándose flores, sino que nos da una clave muy importante para pensar el presente del mundo y las lógicas que lo devastan y oscurecen en medio de la “niebla de guerra”. Habría que retener por ahora algunas trazas del discurso de Trump y Netanyahu para iluminarlas a la luz de una larga y heterogénea tradición de pensamiento crítico en torno a la noción misma de “pacificación”.
Javier Agüero Águila / La paz no existe
Filosofía, PolíticaLa paz no es el antónimo de la guerra, por el contrario, es su mímesis. El espacio en blanco (su sangría) que la antecede.
¿Qué paz? ¿hay diferentes formas de paz o la inmensidad de su significado se abrevia en su puro singular? ¿Desde qué lugar hablamos en el momento en que nos dirigimos a ella? ¿es posible ir directo a la paz, sin desvíos, sin permutar nada, sin conceder la más mínima alteración de nuestra pulsión pacifista? O, por el contrario ¿estamos determinados a destruir todo a nuestro paso mientras nos enrolamos en su búsqueda frenética? La paz no existe, nunca, es una esterilidad histórica y culturalmente falsa; se trataría de que en su nombre todo lo que la humanidad ha perseguido no es más que la expansión y subordinación de un grupo humano por sobre otro. La paz no existe, no es, y toda su gramática y tradición que deviene de un cierto eco judeo-cristiano no se correlaciona en nada con la constatación histórica del sometimiento que urge y exige.
