Alejandro Arros y Mauro Salazar J. / Ciudad e imagen. Celebrificación y visualidad en el umbral de lo común

Estética, Filosofía, Política

Cuando toda arte parece ingeniería cognitiva, y los artistas devienen en técnicos, conviene repensar, la transformación tecnológica que tiene influencias profundas y frecuentemente imprevistas en el arte, el diseño, los medios y las ciudades. En efecto, en un contexto marcado por la antropología de la imagen de masas (metadatos), una filosofía de los tecnicismos es crucial en los debates existentes sobre los aspectos artísticos, inventivos e informativos de la tecnología. Las imágenes en la lógica de las bases de datos curan la brecha en el tiempo al construir un universo homeostático y atemporal -lugar de su propia tragedia- que es también el modelo de la ecología aprovechada por la ecología profunda y otros movimientos ambientalistas. Estos modelos cibernéticos de ecología postulan la estasis como única alternativa al desastre. Hoy la imagen de masas ya no está interesada en la imagen como imagen, es decir, como artefacto en y del tiempo, ni siquiera en la trágica serialidad de la imagen en movimiento. El potencial como presencia del futuro es reducido por la simulación del mundo plasmado en la imagen de masas, donde no se distingue entre lo real y lo probabilístico. Ya no se trataría de adaptar la percepción humana a los medios, porque la percepción humana ya no es central para el funcionamiento de los medios.

Ezra Riquelme / Capital y técnica

Filosofía, Política

«El Capitalismo Mundial Integrado integra, por tanto, el conjunto de estos sistemas maquínicos al trabajo humano y a todos los demás tipos de espacios sociales e institucionales, como los dispositivos técnico-científicos, los equipamientos colectivos o los medios de comunicación. La revolución informática acelera considerablemente este proceso de integración, que también contamina la subjetividad inconsciente, tanto individual como social. Esta integración maquínico-semiótica del trabajo humano implica, por tanto, que se tenga en cuenta, dentro del proceso productivo, la modelización de cada trabajador, no solo su saber —lo que algunos economistas llaman el “capital de saber”— sino también el conjunto de sus sistemas de interacción con la sociedad y con el entorno maquínico.» Félix Guattari, El Capitalismo Mundial Integrado y la revolución molecular

El capital está al umbral de una nueva expansión de su imperialismo. Asistimos a su transformación de un sistema mecanicista, como lo observó Karl Marx, a un sistema organísmico realizado por dispositivos tecnológicos equipados con algoritmos recursivos. Esta novedad configura una operación de gran envergadura, que puede enunciarse brevemente como la simplificación de la vida, es decir, la sección de todas las formas que constituyen una vida viviente para reducirla a una individualidad codificada y dopada con el ego-trip de la autovaloración a través de sus ramificaciones tecnológicas. Este mundo maravilloso generaliza la abundancia de la insatisfacción al precio de la escasez de experiencias sensibles, y acrecienta un deseo de control sobre el simple hecho de que todo se nos escapa. Las ramificaciones, o ecosistemas tecnológicos, están ahí para ofrecernos, por un tiempo, la satisfacción del sentimiento de controlar la propia existencia. Sin embargo, es todo lo contrario lo que se experimenta en lo cotidiano. Un principio de realidad nos da una bofetada en la cara para recordarnos que la alteridad, que es contingente a toda vida, es puramente incontrolable. El conjunto de los ecosistemas tecnológicos intenta aniquilar esta contingencia en un afán de estabilizar la vida bajo las órdenes de la gubernamentalidad. Lo que debe ser controlado es nuestro ser comprimido en el plano del ego. La forma de individualidad más manejable e influenciable. A fuerza de creer en la neutralidad de la técnica, de la que solo habría buenos o malos usos, ya no se percibe nada, ni siquiera lo más cercano a uno mismo: no se perciben las transformaciones de nuestro modo de ser. La cuestión de la técnica, de Platón a Heidegger, sigue fundada en el presupuesto de una “naturaleza humana”. Esta obsesión occidental no es más que una ilusión. Sin embargo, tiene como efecto dar lugar a grandes principios: “El Hombre” y “La Técnica”, dos elementos queridos por el partido del progreso. El proyecto que se esconde bajo el término “El Hombre” o “La Humanidad”, incluso “La Especie”, es el intento de unir la pluralidad de formas de vida humana en una única forma de vida imperial e imperialista. Bajo “La Técnica” se encuentra el proceso de unificación tecnológica del mundo por la forma de vida del Imperio. Esta visión totalizante neutraliza toda la complejidad y el refinamiento de las técnicas, que siempre son técnicas de sí. Fue necesaria la revolución industrial para hacer palpable la unificación: despliegue de la metropolización de ciudades y campos, refuerzo material de la infraestructura estatal, unificación de las ciencias bajo el yugo de la técnica, tantos procesos que permitieron consolidar el umbral de emergencia del otro nombre de la Técnica, la Tecnología. Esta hegemonía que es la Tecnología es un “sin lugar”, un espacio no ético, un espacio parasitario dispuesto como sistema operativo mundial de las técnicas más rentables, las más “eficaces”, despojadas de su lugar de emergencia. El capital y la Técnica están estrechamente ligados, el primero no puede emerger sin la segunda y la segunda no puede llevar su lógica hasta el final sin el primero. Esta solidaridad se establece por la revolución industrial que hizo la técnica inseparable de la industria. Las ciencias entonces se desvanecen en favor de la Ciencia, atrapadas en esta dinámica entre técnica e industria. Su laboratorio se convierte en el mundo. El pensamiento cartesiano ocupa un lugar importante en esta nueva arquitectura como umbral doctrinal de la tecnología científica y racional y su concepción del Tiempo, que coincide con la división del trabajo. Romper uno de los elementos de esta solidaridad exige estratégicamente romper el otro, seguramente con un mismo gesto.

Giorgio Agamben / El medioevo que viene

Filosofía, Política

Un pasaje del libro de Sergio Bettini sobre El arte al final del mundo antiguo describe un mundo que es difícil no reconocer como similar al que estamos viviendo. «Las funciones políticas son asumidas por una burocracia estatal; esta se acentúa y se aísla (anticipando las cortes bizantinas y medievales), mientras las masas se vuelven abstencionistas (germen del anonimato popular de la Edad Media); sin embargo, dentro del estado se forman nuevos núcleos sociales en torno a las diversas formas de actividad (germen de las corporaciones medievales) y los latifundios, vueltos autárquicos, preludian la organización de algunos grandes monasterios y del mismo estado feudal».

Maurizio Lazzarato / ¡Armarse para salvar el capitalismo financiero! La lección de Rosa Luxemburg, Kalecki, Baran y Sweezy

Filosofía, Política

Por muy grande que sea una Nación, si ama la guerra perecerá; por muy pacífico que sea el mundo, si olvida la guerra estará en peligro. Del Wu Zi, antiguo tratado militar chino

Cuando decimos sistema de guerra entendemos un sistema como el vigente que asume la guerra, incluso si solo está programada y no combatida, como fundamento y culminación del orden político, es decir, de la relación entre los pueblos y entre los hombres. Un sistema donde la guerra no es un evento, sino una institución, no es una crisis sino una función, no es una ruptura sino un eje del sistema, una guerra siempre deplorada y exorcizada, pero nunca abandonada como posibilidad real. Claudio Napoleoni, 1986

El advenimiento de Trump es apocalíptico en el sentido literal del término: desecha lo que cubre, quita el velo, desvela. La agitación convulsiva del magnate tiene el gran mérito de mostrar la naturaleza del capitalismo, la relación entre guerra, política y beneficio, entre capital y Estado – usualmente ocultada por los mecanismos democráticos, por los derechos humanos, por los valores y la misión de la civilización occidental.

La misma hipocresía está en el centro de la narrativa construida para legitimar los 840 mil millones de euros para el rearme que la Unión Europea impone, a través del recurso al estado de excepción, a los Estados miembros. Armarse no significa, como dice Draghi, defender «los valores que han fundado nuestra sociedad europea» y han «garantizado durante décadas, a sus ciudadanos la paz, la solidaridad y con el aliado americano, la seguridad, la soberanía y la independencia», sino que significa salvar el capitalismo financiero.

Javier Agüero Águila / Decir izquierda

Filosofía, Política

1. Marguerite Duras, en un texto de 1980 titulado Los ojos verdes describía –con su laconismo tan propio y genial– el discurrir de su tiempo, o al menos de lo que ella experienciaba como su pasar por el mundo:

El enrarecimiento de la actualidad y de la simultaneidad de uno mismo y del mundo se hace sentir cada vez más… ¿Y qué puedes hacer tú? Todo es distinto y, sin embargo, el truco está ahí. Tú sólo tienes que mirar, ¿entiendes?”.

El pasaje es desestabilizante a la luz de un individuo perplejo que no es capaz de definir su experiencia; la realidad rara, bizarra a los ojos verdes de quien la resiente como pura extrañeza, al tiempo que se concibe a sí mismo como una individualidad simultánea que se coordina con las variaciones también ingentes de una mundanidad revuelta. En breve, Duras nos habla de un individuo disuelto en una multiplicidad de roles exigidos por una existencia subordinada a la indefinición, atonal y sin rasgos; a no ser esto o aquello, sino, más bien, a quedar vacío en el tinglado infinito de posibilidades que se desparraman en el tartamudeo de las indecisiones, de lo indecible, de lo que no dispone de una secuencia básica que entregue una forma de habitar la vida; de existir más allá de solo vivir como resorte biológico natural.

Miguel Ángel Hermosilla / Contra todo dispositivo un arte-facto

Filosofía, Política

Ironía del dispositivo: nos hace creer que en ello reside nuestra “liberación”. Michel Foucault. Historia de la sexualidad. La voluntad de saber.

Si las sociedades de control caracterizadas por Foucault y Deleuze como dispositivos abiertos del ejercicio del poder, propios de los modos biopoliticos de producción de subjetividad en las sociedades neoliberales contemporáneas, son también variaciones de la soberanía del capital, como fórmulas de adaptación de las transformaciones de los patrones de acumulación en la fase expansiva y flexible del capitalismo tecno planetario, entonces habría que trazar una interrogación radical respecto de las formas modernas de organización del poder y sus efectos inmediatamente políticos y materiales de apropiación del sentido como algo dado e incuestionable. El arte- facto como contra- dispositivo, que interrumpe las narrativas lineales de la dominación mercantil y las formas del mando social, tendríamos que entenderlo como un “acontecimiento” que irrumpe y pone en cuestión la razón cronológica del tiempo de la explotación, o como “gesto “que suspende las lógicas productivas del orden establecido por los consensos del capital sobre nuestras vidas.