¿Qué opino de mí mismo? Que soy un sujeto inquieto y angustiado -atribulado- y fui expulsado de mi casa por mi padre a los 16 años y tuve que ganarme la vida en los diferentes oficios. En una librería, como aprendiz de hojalatero, pintor y mecánico, corredor de papel, empleado de una fábrica de ladrillos y en el puerto durante 8 años. Soy el mejor escritor de mi generación y el más maldito”. R. Arlt. Extractos, 1929.
Qué necesidad tenía Roberto Arlt, el ‘atorrante’ de la Calle Piedad, de emplazar el canon literario y nombrar obsesivamente a los transeúntes del 900′ con «mal de hipérbole». Cómo explicar su infinita pulsión por fracturar los sustantivos y atormentar el realismo. La prosa (prosaica) era el destino manifiesto para religar imágenes y «ética de la mundanidad». El límite de la novela -psicoanálisis del periurbano- atribuyó sentidos a una babélica inmigración agravada por dialectos y excedida en préstamos sinonímicos, que alteraban toda «identidad narrativa». El aventurero, cronista del Diario, El Mundo, cultivó una letra salvaje, ante un exceso de nomadismos, barbarismos, lenguas cultas y populares, para calcar una sobreabundancia de polifonía y collage. Al final un dolor encarnado, cuya pregnancia, mezclaba vitalismos y distopías (Bandoneón) que anunciaban un “Ser ahí, estar en el mundo”.