Federico Ferrari / Ciega esperanza

Estética, Filosofía, Política

La iconolatría contemporánea impregna cada sector de la vida. El mundo es permanentemente observado, escrutado, espiado y transformado en imagen. Tenemos imágenes de cada cosa, de cada aspecto de la existencia, de cada individuo singular. Podemos ver imágenes de los miembros de una tribu amazónica que nunca ha entrado en contacto con la civilización (imágenes obtenidas con una «cámara trampa»). Podemos desplazarnos en nuestras pantallas por fotografías tomadas por robots en los planetas más remotos. Y, además, podemos observar imágenes satelitales de las masacres perpetradas en cada rincón del planeta. Nos hemos convertido en el ojo de Dios. Cada uno de nosotros se ha convertido en ese ojo.

La técnica contemporánea es, de hecho, la realización del sueño religioso monoteísta. Encarna la pretensión de controlar el mundo mediante una mirada de sobrevuelo. Pero esta mirada desde lo alto, más aún, desde el punto de vista del Altísimo, choca, exactamente como chocan con ella todas las religiones testamentarias, con la constatación de una impotencia profunda, con una imposibilidad de intervención sobre el conjunto del mundo, sobre la humanidad en su totalidad. Una vez vista toda la injusticia de lo creado surge, de hecho, solo la imposibilidad de ponerle remedio. Esta es la realidad histórica de todos los monoteísmos: la reiterada traición de la promesa de redención.

Giorgio Agamben / La guerra es la paz

Filosofía, Política

Entre los horrores de la guerra que a menudo se olvidan está su supervivencia en tiempos de paz a través de sus transformaciones industriales. Es sabido –pero se olvida– que los alambres de púas con los que muchos aún cercan sus campos y propiedades provienen de las trincheras de la Primera Guerra Mundial y están manchados con la sangre de innumerables soldados muertos; es sabido –pero se olvida– que las lanchas neumáticas que llenan nuestras playas fueron inventadas para el desembarco de tropas en Normandía durante la Segunda Guerra Mundial; es sabido –pero se olvida– que los herbicidas utilizados en la agricultura derivan de aquellos empleados por los estadounidenses para deforestar Vietnam; y, como última consecuencia, y la peor de todas, las centrales nucleares con sus residuos indestructibles son la transformación “pacífica” de las bombas atómicas. Y conviene recordar, como comprendió Simone Weil, que la guerra externa es siempre también una guerra civil, que la política exterior es, en realidad, una política interna. Invirtiendo la fórmula de Clausewitz, hoy la política no es más que la continuación de la guerra por otros medios.

Carlos Flores Cancino / Tesis críticas sobre el Manifiesto Tecnopolítico

Filosofía, Política

Las siguientes tesis nacen como réplica a propósito, y en contra, al reciente texto titulado “Manifiesto tecnopolítico” aparecido en un primer momento en Arqueologías del porvenir —como Manifiesto geotecnopolítico 0.1 — y posteriormente en la Revista Supernova. En este texto, en su última versión, Emmanuel Biset, Flavia Costa y Javier Blanco nos ofrecen una atenta lectura de los impactos que trae consigo la aceleración de la mediación técnica sobre las formas de vida y la crisis ambiental como consecuencia de los procesos antropogénicos. Sin embargo, vale la pena detenernos y poner algunos puntos de tensión para discutir y tomar distancia de sus propuestas tecnopolíticas. Veamos.

Tariq Anwar / La técnica y el pensamiento

Filosofía, Política

El despliegue de la técnica que caracteriza nuestra época oculta una paradoja que debemos pensar con urgencia. Aquello que se presenta como continua innovación y transformación no es, en su esencia más profunda, sino un dispositivo de conservación radical del mundo. Cada producto que la técnica – esa fusión ya indistinguible de ciencia y tecnología – arroja al mercado, no hace sino consolidar las mismas reglas de productividad que lo hicieron posible, perpetuando en un círculo sin salida la acumulación del capital. Lo nuevo es siempre lo mismo disfrazado de novedad. La máquina ha dejado de ser un instrumento entre otros para convertirse en el paradigma mismo de la existencia contemporánea. No es que usemos máquinas: es que la vida humana se ha vuelto indistinguible del funcionamiento maquinal. Trabajamos, amamos, pensamos según protocolos que replican la lógica algorítmica. El dispositivo técnico no transforma el mundo: lo conserva en una suerte de presente perpetuo donde cada gesto humano es inmediatamente capturado y devuelto como dato procesable.

Federico Ferrari / Esperanza ciega

Estética, Filosofía

La iconolatría contemporánea pervade todos los sectores de la vida. El mundo es permanentemente observado, escrutado, espiado y transformado en imagen. Tenemos imágenes de cada cosa, de cada aspecto de la existencia, de cada individuo singular. Podemos ver imágenes de los miembros de una tribu amazónica que nunca ha entrado en contacto con la civilización (imágenes obtenidas con una «cámara trampa»). Podemos deslizar por nuestras pantallas fotografías tomadas por robots en los planetas más remotos. Y, además, podemos observar imágenes satelitales de las masacres perpetradas en cada rincón del planeta. Nos hemos convertido en el ojo de Dios. Cada uno de nosotros se ha convertido en ese ojo.

Ezra Riquelme / Capital y técnica

Filosofía, Política

«El Capitalismo Mundial Integrado integra, por tanto, el conjunto de estos sistemas maquínicos al trabajo humano y a todos los demás tipos de espacios sociales e institucionales, como los dispositivos técnico-científicos, los equipamientos colectivos o los medios de comunicación. La revolución informática acelera considerablemente este proceso de integración, que también contamina la subjetividad inconsciente, tanto individual como social. Esta integración maquínico-semiótica del trabajo humano implica, por tanto, que se tenga en cuenta, dentro del proceso productivo, la modelización de cada trabajador, no solo su saber —lo que algunos economistas llaman el “capital de saber”— sino también el conjunto de sus sistemas de interacción con la sociedad y con el entorno maquínico.» Félix Guattari, El Capitalismo Mundial Integrado y la revolución molecular

El capital está al umbral de una nueva expansión de su imperialismo. Asistimos a su transformación de un sistema mecanicista, como lo observó Karl Marx, a un sistema organísmico realizado por dispositivos tecnológicos equipados con algoritmos recursivos. Esta novedad configura una operación de gran envergadura, que puede enunciarse brevemente como la simplificación de la vida, es decir, la sección de todas las formas que constituyen una vida viviente para reducirla a una individualidad codificada y dopada con el ego-trip de la autovaloración a través de sus ramificaciones tecnológicas. Este mundo maravilloso generaliza la abundancia de la insatisfacción al precio de la escasez de experiencias sensibles, y acrecienta un deseo de control sobre el simple hecho de que todo se nos escapa. Las ramificaciones, o ecosistemas tecnológicos, están ahí para ofrecernos, por un tiempo, la satisfacción del sentimiento de controlar la propia existencia. Sin embargo, es todo lo contrario lo que se experimenta en lo cotidiano. Un principio de realidad nos da una bofetada en la cara para recordarnos que la alteridad, que es contingente a toda vida, es puramente incontrolable. El conjunto de los ecosistemas tecnológicos intenta aniquilar esta contingencia en un afán de estabilizar la vida bajo las órdenes de la gubernamentalidad. Lo que debe ser controlado es nuestro ser comprimido en el plano del ego. La forma de individualidad más manejable e influenciable. A fuerza de creer en la neutralidad de la técnica, de la que solo habría buenos o malos usos, ya no se percibe nada, ni siquiera lo más cercano a uno mismo: no se perciben las transformaciones de nuestro modo de ser. La cuestión de la técnica, de Platón a Heidegger, sigue fundada en el presupuesto de una “naturaleza humana”. Esta obsesión occidental no es más que una ilusión. Sin embargo, tiene como efecto dar lugar a grandes principios: “El Hombre” y “La Técnica”, dos elementos queridos por el partido del progreso. El proyecto que se esconde bajo el término “El Hombre” o “La Humanidad”, incluso “La Especie”, es el intento de unir la pluralidad de formas de vida humana en una única forma de vida imperial e imperialista. Bajo “La Técnica” se encuentra el proceso de unificación tecnológica del mundo por la forma de vida del Imperio. Esta visión totalizante neutraliza toda la complejidad y el refinamiento de las técnicas, que siempre son técnicas de sí. Fue necesaria la revolución industrial para hacer palpable la unificación: despliegue de la metropolización de ciudades y campos, refuerzo material de la infraestructura estatal, unificación de las ciencias bajo el yugo de la técnica, tantos procesos que permitieron consolidar el umbral de emergencia del otro nombre de la Técnica, la Tecnología. Esta hegemonía que es la Tecnología es un “sin lugar”, un espacio no ético, un espacio parasitario dispuesto como sistema operativo mundial de las técnicas más rentables, las más “eficaces”, despojadas de su lugar de emergencia. El capital y la Técnica están estrechamente ligados, el primero no puede emerger sin la segunda y la segunda no puede llevar su lógica hasta el final sin el primero. Esta solidaridad se establece por la revolución industrial que hizo la técnica inseparable de la industria. Las ciencias entonces se desvanecen en favor de la Ciencia, atrapadas en esta dinámica entre técnica e industria. Su laboratorio se convierte en el mundo. El pensamiento cartesiano ocupa un lugar importante en esta nueva arquitectura como umbral doctrinal de la tecnología científica y racional y su concepción del Tiempo, que coincide con la división del trabajo. Romper uno de los elementos de esta solidaridad exige estratégicamente romper el otro, seguramente con un mismo gesto.