“Quién entre aquí que abandoné toda esperanza”. Inferno. Dante
Tras el inicio de la “transición pactada” (1988) la “izquierda chilena” vive sus horas más aciagas ante el revival de acuerdos y cerrojos constitucionales impensados en tiempos de alogarítmos. El proceso derogador del 2019, con su rabia erotizada, potencia igualitaria y “momentos sin destino” -invocando a Giorgio Agamben-, se asemeja a los espejos de Borges. Hoy nadie quiere verse retratado en la imagen que proyecta el espejo. En las últimas semanas el discurso restaurador ha logrado restituir una «normalidad discursiva” para un nuevo reparto oligárquico, que ha logrado retratar la demanda postpopular (2019) como un “vértigo desintegrador” (delirante, distópico y anómico) que abrió paso al consenso reaccionario de progresismos laxos, neoconservadurismos protagónicos, politólogos cortesanos y saberes expertos. Todo ello desechando mitos y leyendas (militancias caducas y peregrinajes de izquierdas maximalistas) para perpetuar la neutralización de la energía crítica.
