Saree Makdisi / La democracia al servicio del Apartheid israelí

Política

¿Qué significa expresar una situación política concreta en términos de «sueño» o «visión», «milagro» y así sucesivamente, términos que emergen constantemente en tales relatos sobre Israel? Después de todo, en la referencia política más famosa a un sueño, el discurso I have a dream de Martin Luther King, el sueño de la igualdad racial es ciertamente una visión de un futuro, no de un presente. La mayoría de las referencias al «sueño» de un Estado judío y democrático, sin embargo, señalan una condición presente, aunque parezca un sueño o una visión y no ser realmente presente; por eso es un sueño, al fin y al cabo. Pero, para continuar con este punto, ¿qué significa referirse a un sueño una y otra vez? ¿Qué tipo de estrategia propone en sí misma esta afirmación? ¿Funciona la repetición como se dice que funcionan ciertos hechizos mágicos: cuanto más repites el conjuro, más real parece ser el deseo repetido? ¿O el simple acto de la repetición realiza el tipo de trabajo que hace una de esas luces de emergencia accionadas con manivela: se ilumina mientras giras la manivela, pero empieza a apagarse en cuanto reduces la velocidad o te detienes? ¿La repetición misma es necesaria para el propósito de afirmación que pretende desempeñar? Porque, no por casualidad, la simple repetición de la afirmación del «Estado judío y democrático» es, como acto, en sí misma sorprendente una vez que se la advierte y se comienza a seguirla: una repetición no solo dentro de todo el ámbito político, sino también dentro de discursos particulares. Como mínimo, es una especie de guion que, como en cualquier película de Hollywood, nos ayuda gustosamente a suspender nuestra incredulidad. […]

Mauro Salazar J. / La paradoja de la gente. El orden policial

Filosofía, Política

» La democracia es siempre aporía: la posibilidad de la democracia coincide con su imposibilidad». J.D.

¿Qué es exactamente «la gente» que Franco Parisi invoca? No es el pueblo de la historia, de los antagonismos irresolubles. No es la ciudadanía de derechos ya inscritos, sino disidencia potencial devenida en orden policial convocando a Jacques Rancière. Admitamos una construcción que rehúye elites urbanas y se presenta como descubrimiento, cuando lo que estaba ahí debe ser transformado, reinventado para poder aparecer como «la gente». Y aquí comienza la verdadera ironía, el acto de hacer aparecer nuevas subjetividades es simultáneamente el acto de clausurar las posibilidades de que esos sujetos cuestionen la escena de su propia aparición (emergencia). El PDG introduce un concepto que es problemático, y conviene detenerse aquí, en esta problematicidad que no es meramente teórica, sino que tiene toda la densidad de una operación política concreta. Reemplaza «el pueblo» por «la gente común y corriente». Esto no es simple variación semántica, sino una operación fundamental de redistribución de lo sensible (según Rancière): una transformación de quién puede aparecer, quién puede ser visto, quién cuenta como sujeto que tiene derecho a hablar. «La gente» en el PDG es literalmente (debe insistirse en ese literalmente) una invención política. Es un sujeto que no existía previamente en la política chilena de la manera en que el PDG la construye. Un modo donde aparecen cuerpos gestiónales, bajo una «hegemonía de la negación».

Mauro Salazar J. / Izquierda. La Pasión Tanática como identidad última

Filosofía, Política

Más allá de los vítores de este domingo —si acaso Jeannette Jara se impone en primera vuelta— la izquierda chilena (¿si es posible aún nombrarla así?) expone una afección singular: la compulsión por descubrir en cada trazo del acontecimiento político «fascismos infinitos», omniscientes, que acechan en la molecularidad de lo real. Tal tendencia, tanática en el sentido freudiano, «pulsión de muerte» que se perpetúa, delata menos un vitalismo que una necesidad dramatúrgica (aunque fundada, hay que admitirlo) por confirmar una narrativa Auschwitztiana, cual pregón de los espantos. Lanzarse al «golpe en la cervecería almena» es otra aventura (1923).

Con todo, esta afección coexiste con una verdad infranqueable que se debe a un progresismo (sin agenda de izquierdas o reformas) que se ha centrificado en sus tribunas editoriales. Ciertamente ha obrado como el aval de una regresión autoritaria que avanza —nefasta— bajo el disfraz del orden constitucional, cual la máscara de una democracia profesionalizada. El progresismo del «mérito procedural» parece neutral, pero no es así. El mérito es profundamente violento, porque traslada toda la responsabilidad del fracaso a las personas (hasta la ausencia de osadía gerencial). Si las reglas son «limpias», «entonces la pobreza es tu culpa, y tu falta de osadía gerencial». La trace (huella-rastro) está ahí: invisible, royendo.

Rodrigo Alarcón Muñoz / El manto del pasado y la inmunización del cuerpo social. Notas sobre el porvenir de chile

Filosofía, Política

En “Los patios interiores de la democracia”, páginas decisivas del debate transicional chileno, queda consignado que la posibilidad de la experiencia democrática supone la elaboración colectiva del tiempo (1985). Es decir, este acontecimiento ocurriría en la extraordinaria situación donde la fisonomía del pasado y la proyección del futuro surgen de las condiciones de producción del cuerpo popular y no de la representación político-institucional del Estado. Aquí, claramente Lechner parece conectar con la perspectiva negriana del poder constituyente, cuyas estrategias conceptuales desbaratan la raíz autoritaria de la soberanía. No obstante, cuando la perspectiva del alemán se enmarca, en una concepción que comprende el momento más decisivo de la república, el golpe de 1973, como fenómeno excepcional y acotado, queda completamente desactivada, en tanto hace directamente sistema con la inmunización del Estado y el “cuerpo social” que ejecuta la elite nacional, sobre todo potencial transformador activo o latente en el cuerpo social, relegando tácita y definitivamente los avances democráticos a un pasado ambiguo e imposible de ser referido (Villalobos-Ruminot, 2013).

Miguel Ángel Hermosilla / La imaginación sublevada en el mito, Mariátegui y Jesi contra la historia

Filosofía, Política

la sublevación conduce a no dejar que otros nos organicen, sino a organizarnos nosotros mismos.” Marx. La ideología alemana. La sublevación.

La imaginación popular, como reformulación de lo que Furio Jesi denomina mito autentico o propaganda genuina, y que expresaría el momento fulmíneo de todo acontecimiento subversivo1 , porque implicaría una experiencia de verdad y de conocimiento; “un instante de cognoscibilidad”, que fisuraría la intersección dominante entre mito e historia; entre eternidad y contingencia, y que, en efecto, rasgaría un hiato en el interregno abierto por la “verdad” que contendría la potencia de un gesto de insurrección, es que nos interesaría leer la importancia del mito político contemporáneo como topología de la sublevación.

Dionisio Espejo / Nuestras verdades y las de los otros. De Nietzsche a Derrida

Estética, Filosofía, Política

1. Contextos discursivos

El trabajo de la reflexión estética sobre el estatuto de la ficción, especialmente en el ámbito anglosajón, reducen la experiencia artística al marco psicológico. En ese contexto, la verdad se limita a nombrar una relación entre el sujeto, sus emociones y el objeto. De igual forma, todo el problema metafísico suscitado por la ficción artística y su inserción social e histórica se reduce a un compromiso individual. La apariencia y la exterioridad son interiorizadas. Sin embargo, no podemos considerar el concepto de verdad únicamente desde una perspectiva individual y psicológica. Sabemos que la verdad o la mentira solo pueden evaluarse dentro de un determinado marco o contexto social. Ahora bien, considerar que la verdad es una construcción social no implica que cada quien tenga «su verdad». Sí, la verdad es una construcción, pero social, no meramente psicológica, aunque también podamos reconocer que cada psique posee una determinada «voluntad de verdad» (Foucault). Nietzsche nos explica con detalle cómo se fabrica ese consenso que llamamos verdad: su estatuto lingüístico, su carácter conceptual como mera transposición de una serie de impulsos nerviosos y, en definitiva, su origen metafórico. Se trata de un cierto nominalismo nietzscheano, cuyo fundamento genealógico nos sitúa ante una posición originaria del acto de nombrar, que nunca es literal: el nombre nunca es el de la cosa en sí, sino una convención que atribuimos a la cosa.