En las últimas semanas las manifestaciones contra el genocidio en Gaza han crecido en Europa con acciones concretas que han logrado, por un lado visibilizar la maquinaria de muerte que Israel despliega en Palestina, así como también la complicidad de los Estados en la continuación de esta violencia desatada. En este último caso, la interrupción a la vuelta ciclística de España, que terminó inconclusa debido a la solidaridad de los españoles con Palestina, así como también las enormes protestas en Italia, que buscan abiertamente parar la venta y transporte de armas al Estado sionista, ponen una vez más de manifiesto la enorme distancia entre los pueblos y sus representantes en el campo de las democracias liberales, fractura de representación que pone a Palestina en un lugar paradigmático, que ilumina el carácter reticular del sionismo en el mundo. Como una suerte de respuesta a esta oleada de manifestaciones, varios Estados europeos (once en la última semana, entre los cuales se cuentan Francia, Gran Bretaña, Portugal y Bélgica) han reconocido la existencia del Estado de Palestina. ¿Es beneficioso esto para los palestinos? Veamos.
Estado
Giorgio Agamben / El Estado y la guerra
Filosofía, PolíticaLo que llamamos Estado es, en última instancia, una máquina para hacer guerras y, tarde o temprano, esta vocación constitutiva acaba emergiendo más allá de todos los objetivos más o menos edificantes que pueda fijarse para justificar su existencia. Esto es especialmente evidente hoy en día. Netanyahu, Zelensky y los gobiernos europeos persiguen a toda costa una política de guerra para la que sin duda se pueden identificar objetivos y justificaciones, pero cuyo motivo último es inconsciente y se basa en la propia naturaleza del Estado como máquina de guerra. Esto explica por qué la guerra, como es evidente para Zelensky y para Europa, pero también en el caso de Israel, se persigue incluso a costa de enfrentarse a su propia posible autodestrucción. Y es vano esperar que una máquina de guerra pueda detenerse ante este riesgo. Seguirá adelante hasta el final, sea cual sea el precio que tenga que pagar.
Mauro Salazar J. / La alquimia chilena. Seguridad e imaginación del desastre
Filosofía, PolíticaNunca salí del horroroso Chile
mis viajes, que no son imaginarios
tardíos, sí -momentos de un momento-
no me desarraigaron del eriazo
remoto y presuntuoso
Nunca salí del habla que el Liceo Alemán
me infligió en sus dos patios como en un regimiento
mordiendo con ella el polvo de un exilio imposible
Otras lenguas me inspiran un sagrado rencor:
el miedo de perder con la lengua materna
toda la realidad. Nunca salí de nada. Enrique Lihn (1979)
El tiempo perpetuo y acelerado de las plataformas ha consumado un cambio de piel -amalgamas e hibridaciones- donde conviven abigarradamente mutaciones, cuerpos, travestismos y demandas (estacionarias, drómicas o emergentes) que han exacerbado la reducción de lo político a la agenda securitraria.
Ante la contienda electoral, la seguridad ha resultado un significante metastable en la próxima elección presidencial. La reducción de lo político a cámaras, controles, policías y un proceso de securitizacion, donde el monopolio medial, agravó la enemización como un requisito del orden transparente (higienizado). Y aunque el consenso es fundamental, ha sido ungido como el único recurso de funcionalidad tecno-estético de la clase política. ¿Existe un escudo protector -técnica- ante la algoritmización del mundo? Si la modernización no anuda los fenómenos ciudadanos (malestares de la subjetividad), ¿hay indicios de que la conflictividad dejará de ser expansiva? Qué duda cabe, “la seguridad es una dimensión fundamental”, pero qué significaciones informan la experiencia que hace del collage la nueva alquimia del tiempo trumpista. El presente -actualidad- queda remitido a transitoriedad. Todo es llevado a una mitopolítica del riesgo, y a una tardía modernidad tecno-instrumental. Pero lo sabemos, aunque el Leviatán nunca nos deja de mirar, no se gobierna sin una «mínima seducción discursiva» -sin erotizar tímpanos. En nuestro paisaje todo está remitido a «clivajes de enemización”. Hay que madurar tal proceso, en todos sus alcances, expectativas, tipo de liderazgo, subjetividades beligerantes, producción de sentido securitario, rutinas de sociabilidad, autogobierno y relación con la diversidad. El otro temor es el malestar como un “raitil de dolencias», que dará lugar a una «democracia farmacológica». En un imaginario naturalizado en su estatuto narcotizado, todo se cursará por índices, por controles médicos. Un país de terapias y psicotrópicos, difícilmente logrará articular modernización y subjetividad. En materias de salud mental, la pastilla o dispositivo tecnológico, vienen a potenciar la imaginación del desastre.
Giorgio Agamben / El exilio y el ciudadano
Filosofía, PolíticaEs bueno reflexionar sobre un fenómeno que nos es a la vez familiar y desconocido, pero que, como suele ocurrir en estos casos, puede proporcionarnos indicaciones útiles para nuestra vida entre los demás hombres: el exilio. Los historiadores del Derecho siguen debatiendo si el exilio -en su forma original, en Grecia y Roma- debe considerarse como el ejercicio de un derecho o como una situación penal. En la medida en que se presenta, en el mundo clásico, como la facultad concedida a un ciudadano de escapar a una pena (generalmente la pena capital) mediante la huida, el exilio parece en realidad irreductible a las dos grandes categorías en que puede dividirse la esfera del derecho desde el punto de vista de las situaciones subjetivas: los derechos y las penas. Así, Cicerón, que conoció el exilio, pudo escribir: «Exilium non supplicium est, sed perfugium portumque supplicii», «El exilio no es una pena, sino un refugio y una vía de escape del castigo». Incluso cuando con el tiempo el Estado se lo apropia y lo configura como pena (en Roma esto sucede con la lex Tullia del 63 a.C.), el exilio sigue siendo de facto una vía de escape para el ciudadano. Así, Dante, cuando los florentinos instauraron un proceso de destierro contra él, no compareció en la sala y, adelantándose a los jueces, comenzó su larga vida como exiliado, negándose a regresar a su ciudad incluso cuando se le ofreció la oportunidad. Significativamente, en esta perspectiva, el exilio no implica la pérdida de la ciudadanía: el exiliado se autoexcluye efectivamente de la comunidad a la que, sin embargo, formalmente sigue perteneciendo. El exilio no es ni derecho ni castigo, sino huida y refugio. Si se configurara como un derecho, lo que en realidad no es, el exilio se definiría como un paradójico derecho a situarse fuera de la ley. En esta perspectiva, el exiliado entra en una zona de indistinción respecto al soberano, quien, decidiendo el estado de excepción, puede suspender la ley, está, como el exiliado, a la vez dentro y fuera del orden.
Giorgio Agamben / El fin del Judaísmo
Filosofía, PolíticaNo se entiende el sentido de lo que está ocurriendo hoy en Israel si no se comprende que el Sionismo constituye una doble negación de la realidad histórica del Judaísmo. No solo porque, al transferir a los judíos el Estado-nación de los cristianos, el Sionismo representa la culminación de ese proceso de asimilación que, desde finales del siglo XVIII, ha ido borrando progresivamente la identidad judía. Lo decisivo es que, como ha demostrado Amnon Raz-Krakotzkin en un estudio ejemplar, en la base de la conciencia sionista hay otra negación, la negación del Galut, es decir, del exilio como principio común a todas las formas históricas del Judaísmo tal como lo conocemos.
Giorgio Agamben / El lugar de la política
Filosofía, PolíticaLas fuerzas que empujaban hacia una unidad política mundial parecían tanto más fuertes que las dirigidas hacia una unidad política más limitada, como la europea, que se podía escribir que la unidad de Europa sólo podía ser «un producto secundario, por no decir un residuo En realidad, las fuerzas que impulsaban la unidad resultaron ser tan insuficientes para el planeta como para Europa. Si la unidad europea, para dar lugar a una verdadera asamblea constituyente, habría presupuesto algo así como un «patriotismo europeo», que no existía en ninguna parte (y la primera consecuencia fue el fracaso de los referendos para aprobar la llamada constitución europea, que, desde el punto de vista jurídico, no es una constitución, sino sólo un acuerdo entre Estados), la unidad política del planeta presuponía un «patriotismo de la especie y o del género humano» aún más difícil de encontrar. Como bien ha señalado Gilson, una sociedad de sociedades políticas no puede ser en sí misma política, sino que necesita un principio metapolítico, como lo ha sido la religión, al menos en el pasado.
